Desde el momento en que un bebé llega a un hogar los padres comienzan a desarrollar una serie de expectativas y esperanzas. Esperan que su hijo vaya cumpliendo etapas y aprendiendo y lo esperarán durante toda la vida. Esperan que empiece a sonreír, esperan que le salgan los dientes, esperan que digan su primera palabra, que empiece a andar, a ir al cole, a salir solo, a ir a la universidad, a encontrar un trabajo… Son cientos y cientos las expectativas que durante toda la vida del recién llegado sus padres derramarán sobre él.
Lo que suele suceder es que estas esperanzas paternas que comienzan nada más nacer, pueden acabar ejerciendo una presión excesiva sobre el niño y esto se nota desde que son pequeños.
Hay padres que se sienten orgullosos de que a su retoño le hayan salido los dientes a los cinco meses o que hayan empezado a andar a los diez, estos mismos padres se avergonzarán si con dos años sus hijos apenas balbucean o llevan pañales cuando el resto ya no.