Lavarse las manos antes de comer, cepillarse los dientes o la ducha diaria son algunos de los hábitos que realizamos desde niños y transmitimos generacionalmente. Son conductas destinadas a mantener la salud aunque no siempre les prestamos la atención necesaria.
En algunas ocasiones por falta de tiempo o desconocimiento, nos saltamos pautas de higiene muy importantes o las realizamos de forma deficiente.
Los niños deben aprender y practicar la higiene
En los niños, las consecuencias de la falta de higiene tiene iguales o mayores consecuencias que en una persona adulta.
Un niño que no sigue pautas adecuadas de higiene, está expuesto a miles de microbios y al contagio de enfermedades como lombrices intestinales, diarreas u otras infecciones. Además en el centro escolar puede sufrir consecuencias como el rechazo, la burla o la discriminación si acude descuidado o con mal olor.
El aprendizaje de conductas de higiene personal se realiza en la infancia y la ausencia de ello puede dificultarle sus relaciones personales en contextos de amistad o incluso de trabajo en el futuro.
Para empezar, debemos saber que los padres somos el espejo en el que se miran los niños. Es cierto que “una imagen vale más que 1000 palabras”. Cualquier gesto del papá o la mamá supone mucho más aprendizaje para su hijo que repetirle una y otra vez lo que debe hacer. Cuando el niño observe como sus padres le dan importancia a su propia higiene, lavándose siempre las manos antes de comer por ejemplo, hará que la conducta sea interiorizada con mayor credibilidad.