Hace unas pocas décadas, el castigo físico era la opción a la que recurrían la mayoría de padres para intentar corregir el comportamiento de sus hijos. Por supuesto, no hablamos de propinar malos tratos a un niño, pero sí de que antes los adultos no dudaban en dar un cachete a sus hijos.
Los expertos en educación definen el castigo físico como el uso de la fuerza causando dolor, pero no heridas, con el propósito de corregir una conducta no deseable en el niño.
Es decir, se refieren a ese azote, o bofetón que los padres dan a un pequeño para frenar su rabieta en muchas ocasiones.
A pesar de ser una escena muy habitual en nuestra sociedad, y de que realmente no es una paliza física, la verdad es que el efecto de este bofetón es igual de negativo para padres y niños: ambos se sienten mal, unos por haberlo recibido y los otros por haberlo dado.