A pesar de que el sol aporta grandes beneficios como la mejora del estado de ánimo o la producción de vitamina D, puede ser un gran enemigo de la salud si no somos lo suficientemente cuidadosos, especialmente en la infancia.
Es ampliamente conocida la necesidad de proteger a los niños del sol, aunque no siempre se ajustan las medidas a lo recomendado ni se mantienen lo suficiente en el tiempo.
Es probable que esto suceda por desconocimiento de las verdaderas implicaciones de los rayos solares y las características especiales de la piel de los niños.
¿En qué se diferencia la piel de los niños a la de los adultos?
La piel del niño, presenta las mismas capas que las del adulto, sin embargo, las funciones cutáneas están inmaduras aún y posee características anatómicas diferentes, tales como:
– Menor grosor que la de los adultos.
La piel de los niños es más delgada que la de los adultos, aproximadamente en un 40%. Por tanto, es menos resistente y más susceptible a irritaciones y perdida de agua.
– Capa córnea menos desarrollada.
La capa córnea desarrolla una función barrera que en los niños está muy limitada, debido a que se encuentra en desarrollo. Por ello, las sustancias irritantes que contactan con la piel penetran en las capas profundas y se absorben más.
– Capa hidrolipídica y manto ácido protector más débil.
Las glándulas sebáceas y sudoríparas se encuentran en desarrollo en los niños, hasta la pubertad no aumentarán su actividad, por lo que existe una mayor desprotección.
– Menor producción de melanina.
El pigmento que protege la piel de los rayos solares se denomina melanina. En los niños, esta sustancia se activa de forma más lenta, ya que todavía se encuentra en fase de maduración, con ello es más difícil que pueda absorber el sol.
– Capacidad inmunitaria en desarrollo.
Las células defensivas de las capas profundas de la piel, comienzan a funcionar correctamente a partir de los 2 años de edad. Los niños, por tanto, son más vulnerables a los radicales libres que se forman en la atmósfera por radiación.