En un mundo ideal diríamos ‘a cenar’ y nuestros hijos acudirían raudos y veloces a la mesa, pero la realidad es que a menudo tenemos que repetir la frase más una vez para que los niños se sienten a cenar, y no precisamente con premura.
Los motivos por los que el niño no hace caso son diversos aunque hay algunos que son universales.
Puede que el niño no tenga hambre y por tanto no se sienta especialmente motivado a acudir a la mesa. También suele pasar que esté muy entretenido con sus juegos y claro, sentarse a cenar interrumpe su juego en un momento básico para él. El tercer motivo es sencillo, está tan cansado de todo el día que no puede ni moverse del sofá.