Los niños juegan, y no paran quietos, por lo que es muy fácil que se caigan y se hagan pequeñas heriditas o golpes, que son muy normales, pero que debemos aprender a curar adecuadamente los mismos padres.
Cuando un niño llega a casa con una herida que, aunque no sea grave, es llamativa, se siente asustado.
Esa sensación desaparecerá si los padres le demostramos que controlamos la situación, y que no tenemos miedo. Si, además, hablamos con él y le explicamos con palabras que pueda entender lo que le estamos haciendo, se sentirá seguro.